Hasta siempre, Labordeta. Desde el Festival histórico de los Pueblos Ibéricos (antes te seguía en los cenáculos privados en que los universitarios melenudos coreábamos tus LPs), no me he separado de la suerte de hipnotismo que la sencillez ejerce sobre mí.
Me duele retomar este conducto de comunicación por tu adios. Los que sabemos que no hay nada detrás de las cosas (vid. Sartre) sentimos especialmente este tipo de pérdida. Pero, a la vez, agradecemos a la vida que hayáis existido gente como tú. Que se rían los grajos del Congreso; !a la mierda¡. Ni aunque vivieran cincuenta veces cada uno/a acumularía lo que te llevas.
Hasta siempre, buen viejo errabundo.
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