Dado el éxito, y por hacer algo, republico un suelto del 2005 (o 6), para deleite de niños y aleccionamiento de padres gastadores en ocasiones señaladas (como, i.e., las primeras comuniones):
Observad a este pipiolo virginal retratado a la derecha (con perdón). Ved, amadísim@s herman@s, la bondad destilada en el rostro del infante. ¿Acaso no proporciona una paz interior sólo comparable al visionado completo de La casa de la Pradera? ¿No incita al recuerdo del día más feliz de nuestra vida? ¿No nos eleva en espiritual escalofrío a las más altas sumidades de la transcendencia y el desapego por los mundanos bienes? En este totum revolutum que es nuestro planeta, imágenes como la que presentamos vienen a renovar las esperanzas en un mundo más justo, bello, próspero y feliz.
Todo lo anterior tendría validez si no fuera porque el interfecto era yo; y no fue el día más feliz de mi vida. Me picaba el traje como si me fuera la vida en ello, me apretaban los zapatos en proporción directa a la duración de la misa en latín con sermón interminable y no me habían regalado reloj alguno. Para rematarlo todo desilusionando a quien se ponga tierno, era un delincuente infantil que asesinaba lagartijas, saqueaba con nocturnidad las casetas de la playa de Castellón y maltrataba con fruición a mis pobres hermanitos.
Un inocente angelito, en suma, que no pudo engañar al fotógrafo, que, entre todas las instantáneas eligió ésta en que el truhán queda evidenciado en la sonrisa sardónica, con el labio ligeramente elevado al lado diestro.
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